Durante la Revolución cultural muchos estudiantes e
intelectuales fueron enviados a las zonas rurales más remotas de China. Esta es
la historia de dos estudiantes que se presentaron voluntarios para ir los
primeros. Fueron enviados a la zona de la Mongolia interna, un lugar hermoso
con sus propias tradiciones y gentes amables y afables. Su situación no sólo no
empeoró sino que en ese lugar no faltaba la carne en la mesa. No todos los
estudiantes corrieron la misma suerte. El jefe del los nómadas, un hombre conocedor
de la naturaleza transmitía su saber a los muchachos interesados en todo lo que
les rodeaba. Sobre todo les enseñaba a estudiar y observar a los lobos, unos
animales muy abundantes en esa zona y que compartían el territorio con los nómadas.
El principio era fácil. Los lobos cazaban gacelas, las guardaban en un lugar
secreto para el verano, lo nómadas cogían algunas de esas gacelas para su
manutención pero no demasiadas para que los lobos no tuvieran que atacar después
a sus propios rebaños. El círculo era perfecto, funcionaba, todos se respetaban.
Hasta que la avidez del hombre estropeó el ciclo. Coger demasiadas gacelas
suponía que los lobos, vengativos, se la tomasen con los nómadas y sus
pertenencias. A su vez, el hombre que desconoce las leyes de la naturaleza e
ignorante de su propio error comete otro aún más grande. Así se decidió
exterminar a los lobos y acabar con el perfecto ecosistema de la zona. Pero uno
de los estudiantes, sintiendo piedad por uno de los cachorros que tenía que matar,
lo escondió y lo creció como si fuese su animal de compañía. Incapaz de domar a
la naturaleza salvaje, el muchacho pronto comprendió que sus esfuerzos eran
vanos y decidió que cada uno debería volver a su lugar, tanto el lobo,
esperanza de resurrección como él mismo, chico de ciudad que no encajaría jamás
en un lugar como aquel. Una triste historia que nos enseña la importancia del
ecosistema, de la naturaleza, que nos demuestra nuestra ignorancia escondida
bajo un velo de prepotencia. Hermosos paisajes en los que la mano del hombre no
ha construido todavía enormes ciudades que nos convierten sin darnos cuentas en
seres sin naturaleza.
Silvia