Ann Hui nos presenta otra historia del mundo en el vivimos
con su inconfundible estilo realista que convierte sus películas de ficción en
un género muy cercano al documental. El tema del que se ocupa la cinta, el
envejecimiento y la muerte, que ya había sido tratado en anteriores ocasiones
por la directora taiwanesa, es presentado por medio de una narración lenta y
detallada, que nos invita a seguir la cotidianidad de una mujer que ha ejercido
la profesión de asistenta en una casa durante dos generaciones. Pero todo
cambia y los adultos desaparecen y los niños crecen, de este modo se encuentra
atendiendo la casa del último miembro de una familia que ya, hace mucho tiempo,
se ha dispersado. Sin embargo, tras volver de un viaje de trabajo, el hombre
encuentra a la asistenta desmayada en el suelo. Tras recuperarse del ataque, la
asistenta le pide que la lleve a una residencia para ancianos en la que podrá
vivir atendida y tranquila. Lo que parecía ser la mejor solución para ambos, se
convierte en una dura prueba para una mujer acostumbrada a ser independiente y
a ocuparse ella misma de los demás. Poco a poco se irá aclimatando y haciendo
nuevas amistades que la harán sentir querida y acompañada. El hombre para el
que trabajaba, sin embargo, no consigue adaptarse a la nueva situación y no podrá
desprenderse del sentimiento de vacío, que la ausencia de su asistenta, ha dejado
en su casa y en su vida y comenzará a ver a la mujer con los ojos de un hijo comportándose
como tal, estrechando por primera vez, unos lazos que hasta el momento habían
sido exclusivamente profesionales. Esta relación se convertirá en un lento
caminar hacia una muerte anunciada para la que ninguno de los dos, todavía, se había
preparado.
Silvia
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