Juan Pablo Castel, pintor ve a María Iribarne en una de sus
exposiciones. Convencido de que ella es la única que entiende su obra, decide
seguirla y buscarla hasta que consigue abordarla y su sueño de comprensión se
topa con la nube confortable que había imaginado. Así, sencillamente, comienza
la historia de amor y confidencialidad de María y Juan Pablo. Una confidencialidad
que lo llevará hasta un límite insuperable cuándo María le proporciona los medios
y las pistas para que Juan Pablo descubra por si mismo, al fin, que María está
casada. Que María, no obstante encarne la total comprensión y el absoluto
perseguido, no podrá satisfacer uno de los anhelos que desgarran las entrañas
de Juan Pablo, la posesión, la entrega y la pertenencia a uno sólo. Este será
el primer paso por el camino que transforma el amor en odio. Un odio que surge
naturalmente como de una fuente ante el preludio de una idea que poco a poco se
va formando en la cabeza atormentada de un hombre alejado de los convencionalismos y
estructuras sociales y que de pronto se golpea ante el muro de la vida corriente,
una mujer casada que nunca será de él ni en cuerpo ni en alma. Si ésta es la situación,
el engaño podría repetirse, si una mujer en tales condiciones, traiciona la
confianza de un esposo, tanto vale enfrentarse con las posibilidades de un
engaño hacia el amante porque del mismo modo el esquema podría y debería
repetirse. Y este pensamiento, esta obsesión que atenaza el corazón del pintor
lo lleva a concluir su relato, sus vivencias y el porqué del desenlace de lo
que ya nos anunciaba desde las primeras líneas de la historia, el asesinato de
María.
Silvia
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