Un narrador que habla en primera persona acompaña a otro
personaje, un europeo, que se encuentra, sin saber muy bien porqué, dentro del
Palacio de invierno alcanzando la zona en la que se sitúa el famoso museo
Hermitage. Una larga secuencia sin cortes ni edición, nos conduce por la salas
reflejo de la historia mundial que contienen una vasta colección de arte que
maravilla por su magnificencia enmarcada por una arquitectura mágica que reúne
todos los estilos en una sola construcción formada por diversos edificios. Un
paseo por los últimos siglos de historia rusa, por el afán conservador de sus
dirigentes, por la fabulosa imaginación y ambición que los conduce a producir
tal espectáculo, casi como si de un arca de tratase, para encerrar, guardar e
intentar perdurar un legado que ha llegado hasta nosotros en forma de un
patrimonio incomparable. Un tesoro que debe sobrevivir por encima de todas las
vicisitudes y dramas que ha vivido la sociedad rusa, a pesar de guerras,
incendios, dictaduras, acompañadas de revoluciones, pobreza, hambre,
sufrimiento, nos muestra como este pueblo famoso por su entereza, su lógica, su
austeridad, su dolor, un pueblo al que hemos visto sobreponerse a las peores
desgracias, hemos observado como han luchado sin tregua por sus ideales, como
han resistido a los peores sufrimientos y que con orgullo nos presenta su mayor
riqueza artística.
Silvia
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