Marty (Colin Farrell) es un guionista de cine, irlandés y
con problemas de alcoholismo, que trata de escribir un guión sobre siete psicópatas,
personas que le parecen sumamente interesantes hasta que empieza a relacionarse
con ellas y vienen los problemas, porque como le dice uno de ellos, una vez que
los conoces ya no son tan divertidos.
El más chalado de todos los psicópatas será precisamente su
mejor amigo, que intentando ayudarle a que escriba un buen guión y deje de beber lo meterá en líos
e introducirá a los psicópatas en su vida. Una de las obsesiones de este amigo
será el gran final, para el que incluso buscará el mejor lugar donde rodar un
tiroteo y hará todo lo posible porque este tenga lugar, aunque tenga que
empezarlo él mismo.
Lo mejor del film es el psicópata Chistopher Walken, que está
enorme en esta historia de violencia gratuita y humor negro, al estilo de
Perdidos en Brujas o El Irlandés (película que comenté por aquí), con un
discurso narrativo irregular que hace flojear la acción de la película y que
parece la marca de la casa de los hermanos McDonagh.
Irene
Martin
McDonagh siguiendo la línea comenzada en Escondidos en brujas no deja títere
con cabeza. Escoge grandes actores de Hollywood quizás para atraer a un público
al que mostrarle una historia que se sale totalmente de los cánones
tradicionales. El resultado en un noir extravagante e insólito con unos
personajes que se adaptan perfectamente a los papeles de psicópatas para ayudar
a un escritor que no vende, a acabar su gran obra maestra. Con una predominante
naranja, el escritor se verá inmerso en una venganza por el secuestro de un
perro. Ya el argumento debería ya de por sí sorprendernos y ver a un gran jefe
de la mafia local perseguir a los captores de su perro debería cuanto menos
despertar nuestra curiosidad. Sin llegar a ser una gran película, MacDonagh
consigue presentar un producto diferente, fresco y bastante sorprendente.
Silvia
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