La revolución, las agitaciones, la guerra por fin,
situaciones extremas acontecidas en todas las épocas, han alterado la vida de
la sociedad en su conjunto pero no han conseguido apagar la humanidad que
pulula en todas las ciudades ocupadas en luchar contra algún enemigo que bien
pudiera ser amigo en cualquier otro momento. La inocencia de una vida que
apenas ha florecido, la juventud, la confianza ciega e ingenua de quién no
conoce el mundo y al que se lanza con todo su ser, con la ilusión de que todo
lo que desea puede hacerse realidad, de que nada puede dañarla. La entrega a
los sentimientos, sin miedo porque aún no se conoce su significado y el
despertar de un nuevo día como adulto, sin remordimientos pero con la seguridad
de que todo ha acabado, de que no todo es bello, hermoso y fácil. La vida
piadosa de un hombre entregado a los demás, a sus creencias, a su fe, una vida
enlazada a otra miserable, descreída, humillada y rencorosa sin esperanza en
los hombres, que ante un alma blanca podrá quizá vislumbrar un atisbo de
misericordia, una esperanza ya olvidada y que podrá dar un nuevo rumbo a un
camino torcido, llevándolo hacia lo más alto de la generosidad y la entrega, el
yo se difumina y se convierte en un vosotros, con pasión y sin mirar atrás,
aunque el pasado no se borra fácilmente y se repropone constantemente a través
de otros ojos y otras voces. El egoísmo, la codicia, un querer y no hacer más
que mirar, observar y atrapar las mejores oportunidades sin mirar dónde van a
parar los pies. El amor espontáneo, incondicional, sincero casi ridículo que
desaparece en cuánto nace, podría sobrevivir a la primera palabra y convertirse
en una certeza casi imposible entre tantos miserables.
Silvia
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