Estamos en un teatro y desde nuestras
respectivas butacas observamos el escenario en el que se desarrolla la acción.
Los rápidos cambios de escenografía no nos permiten casi ni enterarnos de que estamos
en el mismo lugar que antes. Tenemos solo la impresión de moveros junto a Anna,
de seguirla en todos sus desplazamientos y, en fin de cuentas, vivir con ella
el renacer de su vida junto a un sueño imposible. Un joven soldado le roba el
corazón a esta mujer que creía tener una vida completa, aquella que ella había
elegido, hasta que otro hombre le hace comprender que su matrimonio es sólo una
farsa ofreciéndole en unos pocos días la posibilidad de abrirse a un mundo
repleto de pasiones. El escenario de la vida, de los sueños y las esperanzas
rotas. Una sociedad que no cree en la igualdad. Un mundo en que las segundas
oportunidades se presentan de la mano más amable que pueda existir pero que no colma
las necesidades del corazón. Un corazón que ya no puede soportar la indecisión
ni tampoco es capaz ya de esperar y esperar sentado sobre la cama las ausencias
cada vez más frecuentes que impone el decoro. El sufrimiento que acompaña al
amor de forma indisociable y del que no se puede escapar a pesar de todos los
esfuerzos emprendidos para aliviarlo tan solo una pizca, se dejará sentir,
sustituyendo la felicidad por la desesperación y el dolor que llevan consigo
las decisiones más dramáticas.
Silvia
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