sábado, 8 de septiembre de 2012

Los miserables de Victor Hugo. (Les misérables, 1862)

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La revolución, las agitaciones, la guerra por fin, situaciones extremas acontecidas en todas las épocas, han alterado la vida de la sociedad en su conjunto pero no han conseguido apagar la humanidad que pulula en todas las ciudades ocupadas en luchar contra algún enemigo que bien pudiera ser amigo en cualquier otro momento. La inocencia de una vida que apenas ha florecido, la juventud, la confianza ciega e ingenua de quién no conoce el mundo y al que se lanza con todo su ser, con la ilusión de que todo lo que desea puede hacerse realidad, de que nada puede dañarla. La entrega a los sentimientos, sin miedo porque aún no se conoce su significado y el despertar de un nuevo día como adulto, sin remordimientos pero con la seguridad de que todo ha acabado, de que no todo es bello, hermoso y fácil. La vida piadosa de un hombre entregado a los demás, a sus creencias, a su fe, una vida enlazada a otra miserable, descreída, humillada y rencorosa sin esperanza en los hombres, que ante un alma blanca podrá quizá vislumbrar un atisbo de misericordia, una esperanza ya olvidada y que podrá dar un nuevo rumbo a un camino torcido, llevándolo hacia lo más alto de la generosidad y la entrega, el yo se difumina y se convierte en un vosotros, con pasión y sin mirar atrás, aunque el pasado no se borra fácilmente y se repropone constantemente a través de otros ojos y otras voces. El egoísmo, la codicia, un querer y no hacer más que mirar, observar y atrapar las mejores oportunidades sin mirar dónde van a parar los pies. El amor espontáneo, incondicional, sincero casi ridículo que desaparece en cuánto nace, podría sobrevivir a la primera palabra y convertirse en una certeza casi imposible entre tantos miserables.
Silvia

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