En una guerra nunca hay vencedores ni vencidos, sino
carniceros y víctimas, y en este caso japoneses y chinos y la Segunda Guerra
Sino-japonesa. Imágenes de guerra, desolación, muerte, violencia presentadas en
blanco y negro para ayudar a digerir la dureza y crueldad de la verdad, de la
historia, de una especie que se autodestruye una y otra vez con métodos
elaborados por mentes absurdamente empeñadas en causar dolor y miseria. Retrato
de un conflicto que nos muestra a modo de postales la realidad de una serie de
situaciones originadas por un conflicto entre seres que se autodefinen como
inteligentes, con miles de años de supervivencia a sus espaldas que no han
aportado el mínimo concepto que relacione la felicidad con la paz. Postales
macabras que nos ofrecen el relato de crímenes insoportables, fusilamientos en
masa de prisioneros, porque los prisioneros en campo contrario se eliminan,
prisioneros enterrados vivos, ahogados, acuchillados, jóvenes, niños, ancianos,
enfermos, nada cuenta en un mundo en el que no se respetan ni las reglas de la
guerra formadas en tiempos remotos y por pueblos arcaicos y menos
evolucionados. La suerte de las mujeres, es, si cabe peor que la muerte, la
violación en masa y sistemática de niñas, madres y abuelas, lo peor y más extremo
incluso ausente en la naturaleza animal. Horrores insospechados hasta para los
más fervientes entusiastas de la dictadura nazista. Vidas conscientes de la
total ausencia de futuro, sin esperanza de salvación, intentando simplemente
ganar un día más de vida, quizás gracias a un simple corte de pelo, la cabeza y
el orgullo siempre bien alto, la humillación es peor que la muerte. Una capital
en ruinas, destruida, de la que nos puede escapar, una ratonera sin escondites,
una trampa día y noche. Hombres dispuestos a vender la vida de sus
conciudadanos por un pase de salida que lo lleve a una ya utópica salvación se
contraponen al sacrificio de unas manos que se levantan tímidamente ofreciendo
una rotunda respuesta a las propuestas del invasor. Los cuerpos exánimes
cargados en carros como animales muertos, sin respeto por la desnudez de la
muerte, desfilarán ante unos ojos que acaban de entender lo que significa el
exterminio, con los juegos, cantos y alegría de sus compañeros que lo acompañan
a modo de música de fondo. Una mujer que se enfrenta al peligro y muere ayundando a uno más, los remordimientos del soldado que entiende que una vida así es más difícil que la muerte y las flores que adornan las risas de un niño que finalmente ha encontrado la libertad.
Silvia
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