El legado de Bourne nos deja una herencia difícil de
superar. Los agentes posteriores al mito se nos presentan en un entorno hostil
en el que tendrán que sobrevivir. La amenaza que les rodea por todas partes no
es más que su propio creador, que ve como su gran proyecto se está convirtiendo
en un elemento peligroso para su estabilidad y decide, de la noche a la mañana,
que es necesario clausurarlo. Y la mejor manera de borrarlo y cancelarlo
definitivamente es eliminando a sus componentes, creyendo que no supondrá
ninguna dificultad por el hecho de que estos agentes siguen un programa de medicación
que les permite mejorar sus capacidades físicas e intelectuales, pero que una
vez comenzado el proceso, la carencia o la suspensión del suministro podría
causar una degradación irreversible de todo el sistema. Por otro lado, es
necesario, también, eliminar al equipo de estudios biológicos encargado de
supervisar a los pacientes, sin embargo, todos los pasos que los grandes
decisores habían planeado, se esfuman en el momento en el que uno sólo de los eslabones
escapa de las manos del verdugo. Este eslabón, se dirigirá con uno de los científicos
supervivientes en busca del virus que, una vez inoculado, permitirá sustraerse
a la cotidiana dosis de vida. Sin caer en la vulgaridad de lo demasiado
fantasioso, este proyecto nos recuerda, en sus múltiples escenas de acción, a
nuestro añorado agente rebelde Bourne. Sin la frescura y la emoción de ver como
siempre se salía con la suya y lograba huir de todo tipo de emboscadas gracias
a delirantes escenas de acción, esta nueva entrega, y nueva en el sentido más
literal de la palabra, porque nada tiene que ver con la saga anterior, nos
inicia en las peripecias de otro agente que también él, gracias a la ayuda de
una mujer, se fijará un objetivo en el que su supervivencia se situará en
primer plano.
Silvia
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