Chang-su conoce a Young-ja en la casa de su jefe. La joven,
recién llegada a Seúl y proveniente de una pequeña aldea para hacer fortuna,
realiza las tareas domésticas que le son encomendadas. Chang-su se enamora pero
no vuelve a ver a la mujer hasta años más tarde cuándo la rescata de la cárcel.
En el tiempo transcurrido. Young-ja ha sido violada repetidamente por el hijo
de su patrón y culpada de ello, es despedida y echada a la calle. Probará
fortuna en otros trabajos, pero nunca conseguirá un empleo estable que le
permita vivir. Incluso, la pobre desgraciada sufrirá un grave accidente de tráfico
en el que perderá su brazo izquierdo. Hasta que se convierte en prostituta y se
reencuentra con Chang-su, la vida será un largo río tumultuoso que la
trasportará allá a dónde diga la corriente y es que la joven ya no tiene ningún
interés por la vida, sueña con pudrirse y desintegrarse poco a poco y desaparecer
de este mundo ingrato que nunca le ha ofrecido la mínima oportunidad. Chang-su intentará
formar parte de su vida. Desaconsejado por todos, se obstina en volver a darle
motivos para que siga adelante y se convierta en una mujer respetable, pero la
joven no ve ningún futuro para él a su lado. Lo abandona una vez más y los años
seguirán pasando. Tiempo despuéss, el inevitable y último reencuentro tiene
lugar. La nostalgia y la nueva vida de ambos no empaña el momento, un momento
sereno y equilibrado que inaugura una nueva época.
Una película de gran repercusión en los años 70 que supo
captar la realidad social de muchas mujeres como nadie lo había hecho antes. Las
duras condiciones de vida de los campesinos que se trasladaban a la ciudad
suponía un reto para cualquier director de la época que quisiera ser portavoz
de los cambios sociales. Un retrato tan vivo, carente de autocensura o medias
palabras, nos relata el inicio de una nueva cosmovisión de la población que se
enfrenta a un periodo en constante evolución.
Silvia
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