La tierra es amarilla y árida allí a dónde se dirige un
soldado del Ejército Rojo de Ya’an para cumplir una misión importante para la
facción roja del país. Su deber es recopilar las canciones populares alegres
para poderlas transmitir a las tropas y que así aligeren sus cargas diarias con
la música del pueblo. En un momento en el que todavía era posible cantar,
divertirse, un momento en el que la cultura del pueblo todavía puede dar libre
expresión a los sentimientos de los campesinos, el soldado llega a una pequeña
casa compuesta por el padre, la hija mayor y el hijo pequeño. Es el deber de
todo soldado no convertirse en una carga para la familia que generosamente lo
acoge y de este modo, el hombre se convertirá en un miembro más de la pequeña
institución, trabajando, comiendo, viviendo con ellos por todo y para todo.
Durante un tiempo, compartirán mucho más que sólo deber y trabajo, y con sus
historias provenientes del sur del país alimentará las esperanzas y la reducida
visión de un futuro programado para una joven que no tenía otra concepción del
mundo que la de su propio entorno y en el que una muchacha no sólo tiene el
deber de atender a su padre y su hermano, si no también de prepararse para su
futuro marido, como recuerda una de las canciones que tanto le gusta cantar,
cuándo un hombre se casa, hay felicidad, cuándo una mujer se casa sólo hay
tristeza. Una tristeza que no la abandonará jamás y que comienza con la muerte
de su madre y se prolonga durante el matrimonio concertado de su hermana que
impasible observa y que le ofrece una brizna de información sobre lo que
también se espera de ella. La buena nueva que el soldado ofrece con sus alegres
relatos, llenos de felicidad y novedades, acaban con su regreso a la base para
poder seguir sirviendo al país. La muchacha no puede ya escapar de la prisión
que su condición ha marcado pero el dolor y el valor la empujan río arriba en
la búsqueda de un nuevo ideal de libertad. Una tierra seca, abandonada por los
dioses que consigue devorar el alma de sus pocos supervivientes. El director
Chen Kaige, perteneciente a la Quinta generación de directores de cine chinos y
gran promulgador del régimen, nos ofrece un relato de gran atractivo visual
apoyado por la inestimable colaboración como director de la fotografía de Zhang
Yimou. Una narración fluida, ininterrumpidamente ligera que traspasa los
límites de lo artificial para ofrecernos un retrato vivo de una sociedad en
continuo movimiento.
Silvia
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