Reveladora proyección de un mundo que se descompone bajo el
fracaso del individualismo en una sociedad que se hunde bajo el peso de la
fatalidad que ha destruido su base y se desmorona como un castillo de naipes.
Los Alps forman un grupo de personas muy diversas entre sí que se dedican como
segundo trabajo a ocupar el lugar de personas que han muerto. Las familias,
amigos, colegas les pagan para que, dirigidos por ellos, recreen los gestos,
las conversaciones y las actividades que estas personas llevaban a cabo en su
vida cotidiana. Todos ellos trabajan bajo el escrupuloso dominio de un jefe que
castiga y premia el trabajo de forma implacable. Un rebaño que ya no es capaz
de enfrentarse a absolutamente ninguno de los acontecimientos que la naturaleza
ha otorgado a una especie más bien débil que se propaga como una enfermedad
inventado juegos ficticios para ocultar la desesperación de un hombre perdido
en su propia creación. Y es que esta creación ya no tiene nada de real, un
simple escenario dónde interpreta los malos papeles inventados en su imaginación
incapaz de lidiar y aceptar su propia mediocridad atravesando una línea
paralela que lo trasporta a un mundo de ilusión en el que vive solo y agobiado,
abandonándose a su egoísmo y sus caprichos sin tener que enfrentarse con la
crudeza de una realidad en la que si, es cierto, hay muerte y dolor pero en la
que existen también momentos de gloria, de amor que se contraponen a la tristeza,
raros momentos que iluminan la oscuridad de la compasión que anida en los corazones
apagados de la ficción más barata, de los guiones menos logrados con los que
nos conformamos para poder salir de casa y no sentirnos menos que los demás.
Silvia
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