Amor se llama esta película que realmente ofrece un retrato
fidedigno del verdadero significado de ese sustantivo. El amor de dos personas
que no depende ni de las riquezas, ni de las posición social, ni del aspecto
físico, ni de lo que más conviene. El verdadero amor que sobrepasa todas las
banalidades que nos hemos construido en este mundo falso lleno de espejismos
que hemos llegado a considerar como la realidad. El amor en los últimos años de
vida, en la enfermedad, la incomprensión, un amor vivo y real, perseverante,
que no abandona ante la visión de un cuerpo que ya no posee mente, que ya no es
capaz de hacer nada por si sólo. Un amor que resiste a la pesadilla de ver un
cuerpo consumido y postrado en un lecho porque en ese cuerpo ya no queda nada
de la persona que nos ha acompañado durante toda la vida. Una verdadera prueba
de veracidad y no el momento fugaz que empaña nuestras vidas con recuerdos
amargos y dolorosos que quitan el aliento cuánto la imagen acude a nuestra
mente. El amor que te lleva a actos desesperados para intentar mantener la
dignidad intacta de la persona que ha dormido a tu lado durante toda la vida. Y
esta realidad transparente, clara, sin adornos ni trucos, sin trampa ni cartón, es lo que Haneke nos
ofrece en esta su gran obra.
Silvia
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