Cuándo se mira hacia al pasado con añoranza significa que,
poco más o menos, hemos envejecido. Ya no somos niños despreocupados que viven
cada día como si fuese el único día. Cuándo volvemos la vista hacia atrás, cuándo
nuestros pensamientos nos arrastran hacia momentos ya vividos y casi olvidados,
nos convertimos en adultos. Y como tales, recordamos, ya que los años nos
aportan con el paso del tiempo, dolor y arrugas, pero nunca más sabiduría, ni
tan siquiera una pizca más de madurez. Lo que no se fragua en la infancia, no
se puede encontrar entre las canas pero de lo único de lo que podemos estar
seguros es que este nuevo mundo, esta nueva dimensión de la existencia humana,
esta repleta de amargura y dolor. La primera y más dolorosa punzada en el corazón,
la más certera y que a través de los nervios se propaga hacia abajo, hacia el
estómago, y hacia arriba, hacia el cerebro nunca desaparecerá. El dolor físico,
por muy intenso que sea es incomparablemente insignificante cuándo se compara
con un dolor tan acuciante que ningún medicamento puede mitigar. Cuántas veces
hemos deseado que hubiese algún modo de eliminar esta idea fija en la cabeza
que no nos abandona ni en las horas de sueño. Y esta es la historia de Joel y
Clementine y de cómo se borraron el uno al otro de la memoria para poder seguir
adelante fácilmente con una vida sin recuerdos amargos, sin rencor, una nueva y
fresca vida en la que no es necesario tragarse la dignidad para salir a la
calle una vez más.
Silvia
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