El hecho de que esta película de carácter histórico haya
sido encargada y sufragada por el Partido Comunista que regenta en solitario el
poder en China, es indiscutible. Que el motivo de su realización haya sido la
celebración del 60 aniversario de la fundación de la República Popular no deja
lugar a dudas, pero que la negación por parte del Estado que haya sido un
instrumento de mera Propaganda política, despierta algunas reticencias a la
hora de aceptar estás declaraciones como verídicas. Y es que la historia nos
trasporta a los años previos a la proclamación de la República en 1949. Un país
dividido en facciones. Por una parte, los rojos de Mao que buscaban instaurar
una dictadura comunista del campesinado pobre, y por otra los blancos de Chiang
Kai-Shek que defendían la continuación de un estado que se apoyaba en el poder
imperial. El enfrentamiento de estos dos líderes se presenta con toda sencillez
como un juego de niños, limpio, perfecto, ordenado. Casi parecen dos amigos
separados por la mutua comprensión de sus diferencias. Dos hombres de
apariencia apacibles que deciden el futuro de un vasto país con una calma
envidiable, con pequeños ataques que a veces consiguen buenos resultados y a
veces no, pero el destino es así y como buenos líderes se resignan
humildemente. Grandes hombres que aman a su pueblo, se acercan a él en cuanto
pueden y no dudan en afligirse ante las pérdidas en vidas humanas que una
confrontación de este tipo lleva aparejada. Buenos padres que juegan con sus
hijos sin importarles el contexto en el que se encuentran es la nota más
personal que nos ofrece la cinta, pero de sus amantes esposas no hay ni rastro.
En fin, una película que, como testimonio documental no consigue sus objetivos,
pero que trasmite una imagen perfecta y bucólica del Gran Timonel que flota en
idílica una nube. Ni siquiera los pequeños papeles interpretados por aclamados
actores de fama internacional como Jet Li, Jackie Chan, Zhang Ziyi, Andy Lau o
los cameos de John Woo y Chen Kaige consiguen convencer.
Silvia
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