Una de las últimas películas de uno de los cineastas japoneses más importantes hasta el momento. Una compañía de teatro visita un pequeño pueblo en el que el director de los comediantes podrá volver a ver a su antigua amante y al hijo nacido del idilio de ambos. Como en todas las películas de Ozu el argumento central es el de la descomposición familiar y el inexorable paso del tiempo. Las segundas oportunidades también presentes en esta historia en la que nada tiene una importancia transcedental, todo se puede superar, todo se puede resolver, ninguna decisión es irrevocable y vida no hay más que una. Cada uno de los planos de esta película ha sido diseñado, pensado, calculado milimétricamente y el resultado es el de una obra maestra. Cada escena se convierte en una pincelada sobre el fotograma mimada por las manos de un gran artista que con su genio nos hace volar imperceptiblemente hacia el interior de este teatro que representa la vida y nos introduce en la acción dándonos la sensación de que estamos dentro de la cámara y que la escena se esta produciendo a nuestro lado, casi podemos interaccionar con los actores, casi podemos tocarlos y participar de sus conversaciones. Un estremecimiento visual que nos muestra el momento culminante de una gran carrera.
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