lunes, 27 de enero de 2014

La isla de los olvidados de Marius Holst. (Kongen av Bastøy, 2010)


Una isla destinada a jovenes delincuentes, para reeducarlos dicen, para traerlos de vuelta al buen camino. Lejos de la ciudad, lejos de la civilización, estos jóvenes son confinados en barracones en los que dormirán y se lavarán. De día se ocuparán de realizar tareas similares a los trabajos forzados, tratados como animales y comiendo poco y mal. Esa es la forma que el gobierno ha destinado para educar a los individuos molestos de su sociedad. Una alternativa a la cárcel, lejos de las miradas de todos, de los medios de comunicación. Los gerentes de este lugar serán las personas menos capacitadas para ello, que al igual que idolos totalitarios se creeran dioses de su pequeñaa isla, omnipotentes, dando rienda suelta a sus instintos más animales. Y este es el lugar  en dónde unos chicos que han tenido mala suerte en su aún corta vida tendrán que convivir sufriendo las injusticias de unos déspotas. Pero no todo es negativo en la isla. Existen aspectos escondidos entre la suciedad que darán un motivo a los muchachos para salir adelante. La amistad que se establece entre ellos, una especie de solidaridad que les ayuda a sobrevivir a este infierno cuándo todo parece perdido, cuándo las esperanzas abandonan a alguno de sus miembros y toma decisiones desesperadas, alguien habrá que llore sobre un cuerpo destrozado por dentro y por fuera. Hasta el momento en el que todo explota, una represión que no puede ser ejercida por mucho más tiempo impunemente, su final llega cuando las injusticias son insostenibles. El régimen cae con duras consecuencias. Todo el peso del sistema caerá de nuevo sobre la cabeza de estos niños que correran hasta el último aliento hacia un horizonte que entre la niebla se perfila como un mundo nuevo.
Óptima respuesta europea a los estereotipados filmes norteamericanos. Calidad en el guión, en la creación del escenario, la dirección y la interpretación. Esto demuestra que al interno de nuestro ya Viejo Continente en todos sus aspectos existe  todavía un profundo norte que nos puede sacar las castañas del fuego con un cine fresco, innovador, interesante sin tener que centrarse en la inmovilidad de la acción o en temas mortalmente intelectuales que no entretienen y aburren. En un paisaje gélido y evocador, un tema que no innova en ninguna de sus vertientes conseguirá sin embargo ofrecer dos horas de cine de verdad.
Silvia

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