jueves, 17 de enero de 2013

Una noche en la tierra de Jim Jarmusch. (Night on Earth, 1991)


Cinco ciudades, aparentemente muy distintas entre si, pero que tienen algo en común y necesario, el servicio de taxis nocturno. Es tan necesario cómo ignorado ya que nadie se plantea la cuestión de  quién es la persona que nos lleva a casa cuándo aterrizamos en un aeropuerto, por ejemplo, o cuándo volvemos de una fiesta borrachos en la que hemos bebido para desahogarnos. La realidad demuestra que no nos importa quién es ni que vida tiene esa persona. En la ciudad de Los Ángeles, una joven taxista recoge en la zona de llegadas del aeropuerto una mujer madura que, tras una banal conversación le ofrece la posibilidad de participar en una película, de convertirse en una estrella de cine, porque todo el mundo quiere ser una estrella de cine, sin tener en cuenta que tal vez esa joven ya tenga sus sueños, que ya tenga su vida planificada y sea feliz, ya que no hay que dar nada por descontado por muy apetitosa que la oferta nos parezca. Nueva York, la ciudad dónde todos los sueños se hacen realidad, dónde todo es posible, un taxista de origen extranjero, que apenas sabe conducir, recoge y acompaña a su cliente hasta Brooklyn, un lugar para él todavía desconocido. Por la carretera, se conocerán, hablarán de su pasado y de su presente, que, sin profundizar en ello, les llevará a descubrir lo interesante que puede ser la trayectoria vital de su acompañante. Paris, un conductor, cansado de la cháchara de sus clientes, los abandona en medio de la calle, para, seguidamente recoger a una mujer ciega. De nuevo, las apariencias engañan y el ser que parecía desvalido, da una lección de vida y de entendimiento, de percepción que demostrará que no todo se descubre a través de los ojos, que cada uno puede ver de distintas maneras lo que ya parecía dado por descontado. Roma, un divertido Roberto Benigni, conduce a un cura a su destino y ya que estamos, aprovecha la oportunidad para confesarse, para confesar sus secretos más sórdidos, reflejando a la perfección el carácter extrovertido y “pasota” típico del país latino. Y por último, la historia nos traslada a la fría Helsinki, tras una noche de borrachera que puede ayudar a olvidar las propias desgracias personales, que cómo a todos, nos parecen las más terribles, descubrimos por boca del taxista, que todo puede ser peor, que si miramos a nuestro alrededor, cualquier cosa que nos rodea será siempre peor que nuestros problemas, y es que mal de muchos, consuelo de tontos. Pero la oscura noche es así, y aunque no lo parezca, las cosas más interesantes ocurren en estas solitarias horas.
Silvia

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