Pertenecer a un cuerpo de la policía, como el de los
antidisturbios, es algo más que una profesión, algo más que un trabajo. Esta
película nos introduce en un mundo hasta ahora poco conocido como es el del
cuerpo más especializado en violencia física, directa y efectiva. Este grupo de
compañeros y amigos de sangre unidos por una pasión común, la de pegar por la
patria, para defender los valores de la república y reinstaurar el orden
institucional a ritmo de golpes. Pero cuándo un grupo que defiende el amor por
su país, está tan unido en el trabajo, irremediablemente, nace algo más, algo
que transciende la nómina y el uniforme, algo que sobrepasa la frontera del
cuartel y rebosa para formar parte de la vida privada, del tiempo libre, de los
fines de semana y de los minutos dedicados a las necesidades personales. Un
grupo así, trabaja por el bien de la comunidad, incluso cuándo no le pagan para
ello, porque las lacras sociales son muchas y ellos pocos, porque las horas
ministeriales no bastan para resolver los múltiples problemas de una ciudad,
porque cuándo uno forma parte del cuerpo lo es para siempre y por encima de
todo. Cuándo un compañero tiene algún problema personal, el grupo lo apoya,
cuándo el compañero sufre un percance, el grupo lo levanta, cuándo el compañero
necesita ayuda, el grupo se la brinda, cómo ellos saben hacerlo, con la porra
en la mano y el himno en los labios. Pero que ocurre si el grupo cierra un ojo
en el cumplimiento de un deber que él mismo se ha impuesto, que ocurre cuándo
lo general se convierte en personal. Aparecen las grietas en la pared portante.
La base que sustenta el todo, lo colectivo, lo conjunto, se resquebraja y los
trozos, pequeños trozos casi invisibles, empiezan a caer, y lo pequeño, con el
tiempo, se hace grande, y lo invisible, aparece como una obviedad que había
sido enmascarada, y con el tiempo, todo se derrumba, nada queda, todo se paga,
todo tiene un precio.
Silvia
No hay comentarios:
Publicar un comentario