Sun-Ho está ya harto de cuidar del buey de trabajo de sus
padres, de lavarlo, de limpiar sus excrementos y sobre todo no entiende porque tiene
que seguir trabajando con un método tan antiguo en lugar de hacerlo con un
tractor. Pero su padre se resiste a la idea de vender a su querido buey y se
opone perennemente a las constantes peticiones de su hijo. Sin embargo, una noche,
su hijo decide llevarse al buey en una furgoneta y llevárselo hasta el lejano
pueblo más cercano para venderlo en la feria del ganado. Tras muchos kilómetros,
Sun-Ho llega finalmente a su destino, que, sin quererlo, se convertirá en la
puerta de entrada que se abre ante él y le presenta un mundo que hasta ese
momento no había ni siquiera contemplado. La feria se encuentra en su momento
final y el dinero que le ofrecen no consigue convencerlo para deshacerse del
buey. Sun-Ho prosigue su camino hasta el siguiente pueblo, pero la puerta ya está
abierta y a través de ella se asomarán diversas personas. Un monje budista,
para empezar, que le hará apreciar la compañía del animal, una ex novia,
presente todavía en su corazón que sacará de él toda la rabia y toda la ira, de
la que intentará alejarse irremediablemente en un tira y afloja que acabará sólo
con el reconocimiento de la realidad oculta en sus entrañas. Un padre y su
hijo, que simbólicamente le ayudaran a entender el significado del buey en su
vida, una niña, que elije un nombre para su compañero de viaje, porque el
querido animal de su padre, ya no es simplemente una bestia que se puede
comprar o vender, se ha introducido poco a poco en su cabeza y en su corazón
hasta alcanzar un punto de mutua comprensión y de afecto imposible de ignorar.
Acechado por las sombras de sus encuentros en este viaje, y las continuas
peticiones de sus padres para que vuelva con su buey, Sun-Ho alcanzará a comprender
que lo más fácil no siempre es lo mejor, aprenderá a respetar y a ayudar en un
proceso de crecimiento interior con el que completar su edad ya cómo adulto.
Silvia
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