China posee una forma de medir, un indicador que calcula la
efectiva conformidad de la sociedad con las políticas del Estado. Este
instrumento calcula la cantidad de personas que acuden de todas partes del país
para protestar mediante una forma estandarizada llamada petición. Esta modo que
sirve para expresar la insatisfacción por uno u otro motivo se realiza en las
oficinas correspondientes de la capital. Esta petición se ha convertido para
miles de personas en una forma de vida y el Estado hace todo lo posible para
evitar que estas personas lleguen y se queden en Pekín para ejercer su derecho.
Estas personas, se dirigen a la ciudad para protestar por los más diversos
motivos, encarcelamientos injustos, muertes injustificadas, desapariciones
misteriosas, desahucios forzosos y casi siempre ilegales. Este colectivo es tan
numeroso, sus posibilidades de sustento tan limitadas y la recepción por parte
del Estado tan mínima que se ven obligados a establecerse en las ruinas de los
barrios demolidos, en las calles, a esconderse bajo puentes para pasar el
invierno. Comen lo que consiguen encontrar tirado por las calles pero nada les
detiene, ni el hambre, ni el frío, ni las cargas de la policía, ni el encarcelamiento,
ni la casi certeza absoluta de que sus pretensiones y sus reivindicaciones serán
ignoradas por completo. Un ejemplo de entereza, de orgullo y resistencia contra
un sistema que no recoge su malestar, un grupo social que demuestra que no todo
se puede ocultar y que el miedo no es un sentimiento que pueda sobreponerse a
la justicia.
Silvia
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